lunes, 25 de febrero de 2008

LA RIQUEZA DE LA DIVERSIDAD SEXUAL

Por Laura Villatorres

(lauravillatorres@yahoo.com.mx )


Alguna vez escuché la frase “Cuerpo es destino”, tesis que me llevó a la reflexión del origen mismo de mi desarrollo como persona. Hace un tiempo charlando con un amigo estudiante de filosofía salió a flote en nuestro discurso el asunto del destino, en el cual se centraron dos principales cuestionamientos; ¿nuestros destino está ya dispuesto? ó ¿nuestro destino lo construimos activamente?, tal vez estas preguntas pueden parecer triviales pero para lo que trataré de explicar me resultan de vital importancia.

Como punto de partida no me atrevo a afirmar ninguna de las aseveraciones anteriores, ya que en parte se pueden sustentar como verdad pero al fin y al cabo, son verdades a medias. De esta manera me permite un poco entrar al terreno de lo impuesto, y el libre albedrío con respecto a como las y los jóvenes vivimos nuestra sexualidad.

La imposición no considera el acto de aceptación voluntaria, más bien la asimilación pasiva de la obligación. Bajo esta idea, ubiquémonos en el momento de nuestro nacimiento. En ese momento lo único que se conoce y se da a conocer de nosotros como un hecho real y objetivo es el sexo de nuestro cuerpo.

El sexo no es más que ese conjunto de características bio-fisiológicas que determinan lo que es un macho o una hembra de la especie humana y es sobre el mismo donde se impone una serie de significados y características socioculturales, que conocemos como género. Recalco que el hecho de imponer supone la acción de poner sobre, para que de esta manera quede claro que nuestros cuerpos sirven como la base donde se han construido las nociones de masculinidad y feminidad, entonces podemos decir que no se nace hombre o mujer, si no que estas categorías son construcciones sociales a partir de un hecho biológico, el sexo.

Robert Stoller, quien realizó estudios que permitieron establecer la diferencia entre sexo y género, identificó a partir de casos clínicos que el hecho de haber vivido desde el nacimiento las experiencias, los rituales y las costumbres atribuidas a cierto género, es lo que determina la identidad.

La identidad de género según DIVERSIDAD SEXUAL Y JUVENTUD mujeres como hombres “deben ser.” Estos modelos no son fijos, han sufrido transformaciones dependiendo el momento socio histórico, transformaciones que han estado en correspondencia a intereses políticos, económicos y religiosos. Sin embargo, dichas transformaciones no cambian el sistema género - sexo, sino que han sido cambios aparentes, pero que siguen manteniéndolo.

La importancia de la identidad radica en que es ella la que nos da ese sentido de pertenencia y sustento, en pocas palabras, le da sentido a nuestra existencia. Como humanos necesitamos esa identidad, desprendiéndose entonces en nosotros la necesidad de reconocimiento, es decir que los otros vean y acepten en nosotros las características que nos unen y, por ello continuamente reivindicamos en nosotros y en la cotidianidad de la vida, el sistema de valores, normas, mitos y costumbres genéricas.

Es bajo este sistema donde todas y todos nos hemos desarrollado, hemos adquirido y asumido nuestros roles de género (distribución de papeles y comportamientos sociales diferenciados).

Este es un proceso largo pero efectivo, y lo es más a medida que la familia, el Estado y las instituciones sociales, como la escuela o la religión, lo respalden.

Ahora bien podemos recordar nuestros propios procesos de crecimiento y desarrollo bajo esta reflexión y encontraremos momentos socializantes de nuestra propia identidad y la de los otros.

Por otro lado, la sexualidad sin lugar a dudas forma parte de nuestra identidad más profunda, y es ella misma moldeada por las fuerzas sociales, y sólo existe a través de sus formas de expresión social. Al igual que la identidad de género, se ha impuesto a través del hecho corpóreo, de ahí que se establezca, por ejemplo, a las mujeres

Cora Ferro, en su Teoría “sexo – género”, se establece alrededor de los dos años, edad en la que el infante adquiere el lenguaje, es decir que el niño y la niña se sepan pertenecientes al grupo de los hombres o las mujeres respectivamente (curioso que en el desarrollo psicosexual la diferencia genital sea posterior).

Dicha identificación se convierte en un tamiz por donde pasarán las experiencias futuras de los sujetos. Con esto me refiero a los aprendizajes que constituyen gran parte de nuestra personalidad misma, la gran mayoría de estos aprendizajes quedan registrados de manera inconsciente y forman parte de las normas sociales bajo las que se regula nuestro comportamiento, de las cuales se desprende un control sobre nuestra manera de conducirnos en el mundo, control que domina nuestro movimiento corporal, vestido, uso del lenguaje, espacios, labores etc. En este sentido pareciera ser entonces que la identidad de género sólo es sustentada por nuestro cuerpo.

Bajo esta concepción, “género”, lo social se transforma en un hecho “natural” o parece ser así. El problema de naturalizar algo es que queda condenado a la inercia: pensamos que lo natural aunque evoluciona no cambia en su esencia, de tal manera que queda sellado por el “deber ser”.

Nos encontramos entonces frente a modelos sociales que dictaminan lo que tanto como norma de vida la reproducción, o la identidad sexual heterosexual tanto a hombres como a mujeres y demás falacias del determinismo biológisista, el cual establece que la vida humana está determinada solamente y exclusivamente por la naturaleza, considerándose erróneamente que la sexualidad es equivalente a la biología y que nuestro cuerpo sexuado determina unívocamente nuestro deseo, nuestras sensaciones y nuestras prácticas sexuales, teniendo como resultado una sola manera de vivir la sexualidad, de tal forma que sólo se enfoca a la reproducción, es decir, el coito heterosexual sin prevención del embarazo como la práctica sexual “natural.”

Este último punto es el argumento principal por el cual numerosos grupos conservadores rechazan el uso del condón y métodos anticonceptivos.

Nos encontramos ahora en una disyuntiva: ¿qué pasa con quienes no cumplen con estos parámetros de vida sexual que la sociedad establece? La respuesta tiene varias dimensiones, antes de analizarlo haré un pequeño recuento. Hemos revisado los aspectos socializantes de género, los cuales apuntalan a una supuesta heterosexualidad generalizada y comportamientos específicos. Esta construcción social de los géneros además establece un modelo común, socialmente denominado como “lo natural”: la pareja (mujer-hombre) y la familia (mujer (madre)-hombre (padre) e hijo/as), todo ello producto de la organización social.

Es un hecho que todos y todas en nuestro desarrollo pasamos por la misma socialización en general e introyectamos las normas y valores del sistema de género y aprendemos a ser reconocidos por los mismos.

Sin embargo, tomemos en cuenta que no solo existen personas heterosexuales sino que hay una diversidad de sexualidades que practican los y las seres humanos. Con la consideración anterior llega un punto en el que la identidad sexual de dichas personas no confluye con todos estos aprendizajes antes mencionados, por la creencia de que tiene que haber una correspondencia entre sexo, género e identidad sexual.

En este sentido la diferencia en la identidad sexual tiene serios costos, ya que el sistema de género incluye una seria vigilancia sustentada por los otros (individuos e instituciones sociales) y por nosotros mismos, ya que formamos parte de él.

Quienes no cumplen con ese modelo socialmente aceptado son sancionados por el mismo sistema. Las sanciones ya las conocemos: el estigma, la discriminación, la exclusión y la violencia, que incluso puede ser ejercida hacia sí mismo (a).Ello hace que la experiencia de vida de las personas que viven su(s) sexualidad (es) en formas no socialmente aceptadas se verá muchas veces marcada por un exilio interior y silencio exterior.

Es necesario entonces puntualizar que las personas que tienen identidades sexuales diferentes no nacen en familias de su propia condición, con la cual compartan su identidad, por lo cual la cultura de dichas personas se ha construido en la clandestinidad, desde un proceso diferente donde se deconstruyen y resignifican los valores, las elecciones, la identidad y los estilos de vida. Proceso que no se termina sino que los acompaña a lo largo de toda su vida y el cual les cambia la perspectiva de ver y de vivir su sexualidad.

Recordemos ahora que en la historia de la sexualidad humana han bastado años de estudio e investigación seria desde diferentes disciplinas y enfoques para asegurar que más que naturaleza, la sexualidad es cultura.

No niega los procesos fisiológicos ni el papel de la biología en la actividad sexual, pero no los considera determinantes del deseo ni de las prácticas. Son los procesos sociales y culturales los que moldean, organizan y encausan la biología.

Otras perspectivas como la psicoanalítica sostiene que el ser humano no nace con una orientación sexual definida por su cuerpo sexuado, si no solamente con posibilidades de placer que son representadas en sus deseos y fantasías.

Lo anterior me lleva a poner en duda el carácter histórico y universalista que se le ha dado a la heterosexualidad y que ha funcionado como parámetro de exclusión y estigmatización sociales, adjudicándosele como un hecho natural donde todas las demás variantes no lo son y representan entonces, desviaciones que es necesario corregir.

A lo largo de la historia dichas variantes de la sexualidad han sido concebidas de diversas maneras (de la perversión a la patología) y castigadas de otras tantas (de la privación de la libertad hasta la muerte), consiguiendo con ello el reforzamiento del carácter de naturalidad y normalidad de la heterosexualidad.

Es por ello que la construcción social de la sexualidad trae consecuencias amplísimas en nuestra vida social; desde la imposibilidad y el miedo de un niño o niña para aceptar el deseo por personas del mismo sexo, hasta asesinatos cometidos.

El miedo generado en las personas lo sustenta una de las vertientes o principios organizadores del sistema de género, especialmente en la construcción de la masculinidad. Con ello me refiero a la “Homofobia”u odio a los homosexuales, viendo a estos como ajenos y peligrosos, con valores particulares y extraños, amenazadores para la sociedad (situación que se extiende entonces a todo/as aquellos que practican sexualidades diferentes de la heterosexual), la cual tiene su legitimidad en los valores de la masculinidad, como son el control, el dominio, el poder, entre otros (véase el boletín 3/6”Autocuidado masculino” por Alfredo Rasgado Molina).

Es importante mencionar que la homofobia es validada socialmente tanto por hombres como por mujeres, en esta expectativa del deber ser. Haciendo que durante el proceso de socialización masculina (momento de renuncia a lo femenino) se supriman emociones, necesidades, y posibilidades, porque llegan a estar asociadas con la feminidad y sobre todo porque llegan a ser inconsistentes con la virilidad (propiedad que se cree que todo hombre debe de demostrar en el mundo), convirtiéndose dicha inconsistencia en una fuente de temor en nuestra sociedad.

Todo este miedo se traduce en homofobia y se manifiesta en actitudes, creencias y acciones en contra de los y las que no practican una sexualidad exclusiva de hombre-mujer.

La homofobia prepara siempre las condiciones para ejercer violencia. Pasiva o activamente, crea y consolida un marco de referencias agresivas contra los homosexuales y las lesbianas, identificándoles como personas peligrosas, viciosas, ridículas, anormales y enfermas; marcándoles con un estigma que es el cimiento para las acciones de violencia política, social o física, pero sobre todo la discriminación de la cual son sujetos, la cual se deriva del rechazo absoluto de sus prácticas sexuales.

La construcción de identidades sexuales diferentes genera cambios y los cambios tienen por respuesta resistencias. A nivel individual esa resistencia al cambio reivindica los valores y las normas tradicionales de la sexualidad en nuestra vida en mayor o menor grado.

Las campañas de “la moral” (muchas veces, en términos estrictamente religiosos conservadores y no en términos de derechos humanos o justicia social) y acciones del gobierno por querer mantener el orden social con una visión estática son en cierta forma una manifestación de las resistencias sociales a la diversidad y de la dificultad para aceptar lo no convencional.

Esas mismas resistencias cimientan una cultura dominante y la cultura dominante no solamente existe en las relaciones entre las personas, si no que pernea la calidad y el sentido de los servicios públicos de salud, la educación formal, y las instituciones de impartición de justicia.

Ha sido evidente a lo largo de la historia de la sexualidad la necesidad de romper paradigmas tradicionales, en pro de incluir en el escenario social actores que habían sido excluidos. Esto no hubiese sido posible sin la aparición de grandes movimientos sociales como el feminismo, y el apoyo de grandes científicos homofilos como Michael Focault y Evelyn Hooker por tan solo mencionar algunos, dando así origen al movimiento Gay.

Como todo movimiento social, el movimiento Gay ha vivido todo un proceso, el cual tiene por columna vertebral la reivindicación Homosexual y la defensa de los Derechos Humanos Básicos de las personas con preferencias y prácticas sexuales diferentes de la heterosexual (Véase la Declaración Universal de Derechos Humanos).

A este movimiento han pertenecido no solo hombres Homosexuales sino también Lesbianas, Transgénero (personas que deciden tener una identidad de género no basada en su sexo) y Bisexuales (personas que se sienten atraídas sexual y afectivamente por personas de ambos sexos). Cabe mencionar que la erradicación del estigma de la práctica sexual no es el único punto por el cual este sector de la población ha emprendido todo un movimiento social.

Sostener esto sería apoyar una visión reduccionista, y no considerar que están cruzados, a su vez, por otro tipo de ejes organizadores de la interacción social, como la clase, la etnicidad, el género, la pertenencia religiosa, y otros tantos factores que dan pauta a necesidades específicas de esta población.

Es así que, bajo estas consideraciones, el movimiento gay se transforma en el movimiento LGTB (Lésbico, Gay, Transgénero, Bisexual),y es por ello que a lo largo de los ochenta y noventa surge en la esfera teórica y política el discurso de la diversidad sexual, que ha tenido efectos culturales significativos más no cambios sociales considerables.

El término “Diversidad Sexual” es relativamente nuevo. Hasta el momento no existe un solo patrón o forma de expresarlo. No por ello las concepciones que el mismo término genera son erróneas, si no al contrario enriquecen la construcción del mismo, considerando que las necesidades de referirse a la diversidad sexual surgen desde espacios y situaciones diferentes. Para efectos de entendimiento demos por entendido que la diversidad sexual sería un concepto que engloba las diferentes posibilidades de expresión y prácticas de la sexualidad, y que en un nivel político, es reivindicatoria de las manifestaciones de la sexualidad no heterosexual. Entonces, es necesario recurrir a las especificidades culturales de los diversos grupos para poder abordarlos en términos de prevención de factores de riesgo que afecten su salud física y mental y educación para la salud sexual. Uno de los avances importantes en México, por ejemplo, es la creación de la Cartilla por los Derechos Sexuales de las y los Jóvenes, misma que está avalada por la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Es preciso tener presente que el estigma hacia la diversidad sexual se construye, en nuestro país, dentro del contexto de la violencia y la indefensión, de la ausencia de condiciones mínimas de vida y de la desconfianza en el sistema judicial y una negación en los servicios prioritarios como salud y educación, así como oportunidades de empleo, imposibilitando el pleno ejercicio de los Derechos Sexuales. Como consecuencia, no se garantiza una salud sexual a las y los jóvenes diversos ya que casi todos los grupos tradicionales de apoyo al joven (la familia, la iglesia, las escuelas y las instituciones gubernamentales) rechazan, condenan o niegan la existencia de la juventud que forma parte de la Diversidad sexual.

En estas condiciones, gran parte de estas y estos jóvenes se convierten en víctimas de la sociedad homofóbica.

Dadas las condiciones de discriminación y exclusión social de la que son sujetos las y los jóvenes que tienen prácticas sexuales diferentes, no existen estadísticas precisas que den cuenta sobre que cantidad de población pertenece a este grupo, mucho menos de cuáles son sus necesidades de formación e información y cuidado en el campo de la salud sexual (y no por ello las necesidades no existen sino que simplemente son omitidas).

Es por ello necesario tener presenta que, aunque la salud sexual está muy ligada a la reproducción, la misma no queda recortada sino que, además de la parte reproductiva, la salud sexual se refiere a un bienestar físico y emocional, y por ello es indispensable difundir una cultura de salud sexual integral para que la opresión social y el miedo al rechazo no lleven a los jóvenes de este sector de la población a la depresión, el abuso de drogas, a situaciones de riesgo, o a contraer alguna ITS, VIH/SIDA, e incluso al suicidio.

Debemos defender el derecho a la diferencia, porque en México no existe la noción de una ciudadanía multicultural, multiétnica, y mucho menos tenemos referentes de una ciudadanía sexual, que pueda tener políticas sociales y culturales efectivas basadas en las diferencias de género y de identidad sexual.

Es por ello necesario e importante las labores de prevención de situaciones de riesgo y de educación sexual con un enfoque laico, científico y humanista, porque impulsar y fortalecer ese proceso es apostar, en materia de sexualidad, a una cultura de derechos, de aceptación, de respeto, a una vida sin violencia, saludable y libre de culpas, salvaguardando la salud mental y sexual de las y los jóvenes diversos, abriendo la posibilidad a los jóvenes en general de entender su sexualidad en mayor profundidad.

De ahí que sean imprescindibles acciones que den visibilidad y reconocimiento público de la Diversidad Sexual , así como las condiciones necesarias para construir una política cultural que sea solidaria en contra de la discriminación, una cultura política donde el derecho a una sexualidad libre sea un elemento de la identidad ciudadana.



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